A tiras y tirones, pero vamos avanzando. Luego de remar con intensidad, en la lejanía podemos ya vislumbrar un puerto. Al final habremos conseguido elaborar varios decretos y algunos pequeños textos sobre temas jurídicos y una consoladora carta. Para el observador desprevenido lo logrado puede parecer poco. No es así.
Al inicio de la Congregación existía la reticencia en muchos de los convocados a elaborar nuevos decretos. Se decía que no había cosas novedosas por decir, sino sólo urgir el cumplimento de lo ya establecido en las Congregaciones anteriores. Hubo que remar contracorriente y hacer ver que en los últimos años el mundo ha cambiado, al igual que la Iglesia y la Compañía -tenemos un Papa favorable, para comenzar con algo evidente-, y que esto comportaba nuevos desafíos que ameritaban una palabra oportuna para la Compañía entera.
Superado el primer escollo, vino después el problema de saber qué queríamos decir y cómo queríamos decirlo. La visita del Papa a la Congregación fue en ese sentido muy oportuna y decisiva. En realidad fue una bendición el que nuestra asamblea haya tenido lugar en el contexto de una gran actividad pastoral y social del Papa Francisco, tanto en Roma como en el extranjero. De hecho, en estos días pudimos ser testigos de su cercanía con los presos, con los enfermos, con las víctimas de la trata, con los movimientos populares, y también de su acercamiento con la Iglesia Luterana. Lo vimos lanzar su condena al actual sistema socioeconómico mundial y lo vimos también poner su esperanza en los pobres organizados. Y luego de haberlo escuchado y visto, el Papa nos hizo sentir interpelados en nuestra vida y misión. Por eso, en fidelidad a nuestro carisma fundacional determinamos respaldar cabalmente su propuesta social, eclesial y pastoral, y nos sentimos llamados a responder creativamente a su invitación a discernir nuestro apostolado en el marco que él mismo nos ofreció. Concretamente quisimos hacer nuestros sus deseos de construir una Iglesia pobre para los pobres, su apuesta por el acompañamiento de los movimientos populares, su decisión de buscar nuevos modelos políticos y económicos que procuren un mundo más justo y más humano, y su propuesta de privilegiar la misericordia por sobre el legalismo, entre otras cosas.
La sensación -o certidumbre, quizá- de tener un destino común, un espíritu colectivo, no se da con frecuencia. Por eso, nuestra Congregación General ha sido, en realidad, un encuentro poco corriente.
Como dice Ngugi Wa Thiong’o, la verdadera lección de la historia es esta: las supuestas víctimas, los pobres, los oprimidos, las masas, siempre han luchado y seguirán luchando hasta que llegue un reino humano, un mundo en el que la bondad, la belleza, la fuerza y la valentía sean medidas no por qué tan astuto pueda ser uno, no por qué tanto poder para oprimir uno posee, sino sólo por la contribución a la creación de un mundo más humano en el que el genio creativo pueda ser usado por todos para que todas las flores de diferentes colores maduren y den frutos y semillas, Y las semillas se pondrán en la tierra, y una vez más germinarán y florecerán con la lluvia y el sol. ¿Por qué no poder elegir hermanos y hermanas de sudor, de esfuerzo, de lucha, de fe, y mantenerse el uno al lado del otro, y esforzarse por conseguir ese reino? Y por eso, porque en ello creemos, nos hemos sentido hermanos en esta Congregación General.