A lo largo de estas semanas hemos dialogado sobre nuestra misión y reconocemos que no es solamente importante lo que hacemos sino cómo lo hacemos. La CG nos confirma que para anunciar con alegría el encuentro con Jesús, nuestra misión debe ir acompañada de nuestro modo de vivir.
A partir del Concilio, el Espíritu ha conducido a toda la Compañía, reunida en Congregación General, a la firme convicción de que el principio integrador de nuestra misión es el vínculo inseparable entre el servicio de la fe en Jesucristo y la promoción de la justicia. La CG 35 ha expresado que esta misión se podría alcanzar mejor en nuestro mundo contemporáneo si la inculturación y el diálogo llegaban a ser elementos esenciales de nuestro modo de proceder en la misión. Por eso, en medio de la variedad de nuestros pueblos y culturas profundamente atravesados por la injusticia, nos sentimos llamados desde nuestra espiritualidad a acompañar la vida de Dios en medio de nuestra historia.
La semana pasada tuvimos la oportunidad de escuchar a Dany Younés (superior de la provincia del Próximo Oriente que abarca los países: Siria, Líbano, Israel, Egipto, Turquía, Argelia y Marruecos) y Víctor Assoaud (asistente regional Europa Occidental), junto al monje Jacques Mourad y dos consagradas de la comunidad de Mar Musa. Nos expresaron con claridad su misión y compromiso de vida. Acompañan desde la cercanía a un pueblo que sufre la violencia de la guerra. Nos recordaron a dos compañeros jesuitas que han vivido las consecuencias de su compromiso de vida y misión. Al P. Frans van der Lugt, el cual fue asesinado el 7 de abril del 2014 en la ciudad de Homs y al P. Paolo Dall’Oglio el cual fue secuestrado por ISIS el 29 de julio del 2013 en la ciudad de Raqqa. Nos unimos a la oración de toda la Compañía pidiendo por su vida y pronta liberación.
El sábado, un grupito de jesuitas de Roma y la CG, participamos de la audiencia que el Santo Padre dio al 3er. encuentro mundial de Movimientos Populares. En su discurso el Papa nos recuerda que las soluciones reales a las problemáticas actuales no van a salir de una, tres o mil conferencias: tienen que ser fruto de un discernimiento colectivo que madure en los territorios junto a los hermanos, un discernimiento que se convierte en acción transformadora «según los lugares, tiempos y personas» como diría san Ignacio. Al mismo tiempo, nos recordó lo importancia del ejemplo de vida para que nuestra palabra tenga autoridad y sea un puente de esperanza en medio de realidades tan deshumanizantes. Afirmó que quienes han optado por una vida de servicio tienen una obligación adicional que se suma a la honestidad con la que cualquier persona debe actuar en la vida. La vara es más alta: hay que vivir la vocación de servir con un fuerte sentido de la austeridad y la humildad. El ejemplo de una vida austera al servicio del prójimo es la mejor forma de promover el bien común y ser puentes en medio de tantas injusticias.
Al vivir esta última etapa de la CG reconozco, una vez más, la invitación a la conversión. La misión debe pasar por el cómo vivimos y cómo nos implicamos en la realidad. Necesitamos amar el estilo de vida sencillo y simple. Y esto debe tocar nuestra vida fraterna, descansos, gastos personales, etc. La pobreza tiene que estar vinculada a la vida comunitaria y a la misión; implica tener una identidad espiritualmente centrada de Cristo Jesús.