En diversas ocasiones he meditado la visita de María a Isabel. De hecho la CLAR ha asumido esta escena como el ícono para este trienio. María que está en salida, que va a buscar, que no se queda con la buena nueva recibida del ángel, sino que busca comunicarla en la actitud de servicio a quien la necesitaba (su prima) y de la cual brota la alegría que se expresa en el canto del Magníficat. Así viví yo la vista que Francisco nos hizo.
Normalmente la Congregación era recibida por el Santo Padre en una sala de audiencia y en ello se manifiesta el cariño que los sumos pontífices nos han tenido. En esa audiencia el Papa luego de un saludo protocolar del General nos brindaba un discurso que nos señalaba aquellos aspectos que están en la preocupación del Romano Pontífice y que se constituyen en materia fundamental de nuestro discernimiento, en especial en virtud del cuarto voto que la Compañía hace de ponerse a las ordenes del Papa para cualquier misión que él estime. Esta especial vinculación expresa nuestro modo especial de sentir con la Iglesia.
Pero en esta ocasión ha sido distinto. Es el Papa quien ha venido a nosotros. Es él quien ha salido. Es él quien nos visita portando en su presencia y en sus palabras la alegría del Evangelio. Él ha hablado de una Iglesia en salida y él hace lo que predica. Como en aquel encuentro de María e Isabel, lo primero que hemos hecho es agradecerle a Dios el don de su presencia en medio de nosotros. No muchas veces en la vida tienes la experiencia de tener sentado, en una suerte de mesa redonda (así es el aula), y orando al Santo Padre para invocar la presencia del Espíritu. Fue una oración entre hermanos que a la vez teníamos consciencia del momento histórico que vivíamos para la misma Compañía.
Las palabras del Santo Padre ya son del dominio de los lectores de este Blog por lo que me centro en la experiencia espiritual vivida. Al irlo escuchando tenía la impresión de que se me regresaba a las fuentes de nuestro carisma. Era como si estuviese en una charla con el maestro de novicios o el director de tercera probación o ante el director de nuestros Ejercicios Espirituales colectivos (algo así se vive esta Congregación con consolaciones y desolaciones). Eran unos puntos que nos centraban en lo más propio de nuestra espiritualidad que es pedir intensamente la consolación del Señor que nos muestra el camino de su voluntad. La alegría marco la dinámica de sus palabras. En ellas nos remontó al crucificado y con él al sentido de toda contemplación que es dejarse afectar, en especial en el dolor humanos de quienes hoy están nuevamente crucificados. Desde esa consolación afectada por la misericordia nos invitaba a la acción .
Como un buen director de Ejercicios no inclino a quien dirigió ni a un lado ni al otro, ni a tomar ni a dejar nada. Nos invitó a discernir qué es lo que el Señor nos pide hoy. Nos dio modo y orden. Criterios desde nuestro carisma para el
discernimiento hoy y aquí. Hubo un espacio de diálogo, de preguntas y respuestas, que era distinto al de una rueda de prensa. Se trataba de entender, de buscar y hallar que nos pide el Señor a esta mínima Compañía sobre el modo de servir hoy a la Iglesia bajo el Romano Pontífice. Y el Papa nos oriento en la libertad y el discernimiento.
Al final la experiencia fue de una profunda alabanza a aquel de quien procede todo bien. Como en la escena de la visitación, del reconocimiento de la presencia del Señor en este hermano que ejerce el ministerio Petrino y de la alegría que nos dejaron sus palabras nació en todos un canto de acción de gracias por el don del Espíritu que quiere seguir actuando en medio de nuestra debilidad, porque Él es fiel.