Aquí está un artículo p. Royon escribió para la revista Manresa. Recoge todos los discursos que Francisco hizo cuando, durante sus viajes apostólicos, o audiencias, se reunió con los jesuitas.
Introducción
Cuando este número de la Revista Manresa llegue a los lectores, faltarán pocas semanas para que se inicie la Congregación General 36 (CG 36) que elegirá al sucesor del P. Adolfo Nicolás al frente de la Compañía de Jesús. Y evidentemente afrontará también importantes aspectos de la vida y misión de la Orden.
Sin duda, el Papa recibirá a los congregados y les dirigirá una alocución. Unas palabras que serán atentamente escuchadas y acogidas con “grande ánimo y liberalidad.” Supondrán para la Compañía un nuevo impulso evangelizador, en fidelidad creativa, a su carisma e identidad.
Pero Francisco ya ha tenido bastantes intervenciones dirigidas a los jesuitas en estos años de Pontificado. Lo ha hecho en ocasiones diversas. De este modo, la Compañía que se reúne en Congregación General, de alguna manera, ya tiene un “discurso previo” del Papa Francisco, que puede serle inspirador y guía desde el inicio. Un discurso “previo” de un “hermano mayor,” como Laínez llamaba a Fabro (FN I, 104), pero de un hermano mayor que es Papa; a quien “con renovado impulso y fervor” (CG 35, D. 1) ofrecemos nuestro carismático voto de obediencia, considerado desde la naciente Compañía “como nuestro principio y principal fundamento.” (Fabro Memorial 18. MHSI 63,162)
Los Papas siempre han dirigido discursos importantes a las Congregaciones Generales; nos han hecho encargos misioneros y confirmado opciones apostólicas; han hecho “memoria” de los núcleos identitarios de nuestra espiritualidad y de la historia de la Compañía; también nos han advertido de los posibles peligros y errores que podríamos correr, de cómo hemos servido a la Iglesia y de cómo ésta continúa contando con el servicio de los jesuitas. En la memoria de todos está el último de estos discursos pontificios: el de Benedicto XVI a la CG 35. (2008)
En un discurso lleno de afecto, estima y cercanía espiritual, Benedicto XVI nos habló desde dentro de nuestra vocación y espiritualidad y nos llevó al centro de nuestra identidad. El discurso del Papa emérito abría una época nueva para la Compañía en las relaciones de ésta con la Santa Sede. Así lo reconocía la Congregación en el Decreto “Con renovado impulso y fervor”, con que se abre el conjunto de los documentos de la citada Congregación, donde se hace: “una llamada a todos los jesuitas a vivir con un corazón grande y con no menor generosidad lo que está en el corazón de nuestra vocación: combatir por Dios bajo el estandarte de la cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra.” (D. 1, 9) La próxima Congregación General, sin duda, examinará, en la relación sobre el “estado de la Compañía,” si esta llamada apremiante ha tenido la respuesta adecuada en estos años.
Con este discurso del Papa Benedicto se enlaza lo que he llamado “discurso previo” que componen las diversas alocuciones del Papa Francisco a los jesuitas. Se sitúan en clara continuidad con él. Hacen memoria agradecida de un pasado que es presente apasionado: las gracias del Señor que nos han identificado y deben continuar identificando a la Compañía. “Estamos llamados a recuperar nuestra memoria, a hacer memoria, teniendo presente los beneficios recibidos y los dones particulares.”[1] (EE 234) Hace “memoria” de ellas un Papa que es jesuita; pero que debe ser para nosotros Papa antes que jesuita; si otros Sumos Pontífices nos las han recordado, Francisco lo hace conociéndolas desde su propia configuración como jesuita. Con cierta frecuencia, se reconoce explícitamente jesuita y remite a sí mismo las reflexiones que nos hace. Expone con sencillez, casi en voz baja, pero sin disimulo, los grandes y fuertes rasgos de nuestra espiritualidad e identidad.
¿Qué nos ha dicho el Papa? Este es el fin que me propongo al escribir este artículo, consciente, sin embargo, de la dificultad que ello encarna. Intentaré ser lo más objetivo posible al presentar los temas tratados, aunque todos seleccionamos aquellos aspectos más concordes con nuestras sensibilidades teológicas, pastorales, sociales, incluso religiosas y espirituales. Pero sería conveniente esforzarnos por acoger con amplitud de miras y generosidad de espíritu la totalidad de las reflexiones que el Papa nos ofrece, especialmente, cuando estas nos remiten a nuestro modo de vivir y a nuestra misión. En cualquier caso, ofrezco mi presentación por si alguno se siente movido a “releer”, en la proximidad de la Congregación General, los mensajes del Papa Francisco a sus hermanos jesuitas.
Centralidad de Cristo y la Iglesia
Quizás sea este binomio el núcleo de sus intervenciones a los jesuitas. Incluso el más repetido. Plantea con claridad e insistencia la necesidad para el jesuita de estar “descentrado” de sí para estar “centrado” en Jesucristo y su Iglesia y así ser enviado a ayudar a las ánimas. Una doble centralidad que es única.
Centralidad de Cristo
El IHS tan característico nos recuerda, dice Francisco en la fiesta de San Ignacio de 2013[2], una realidad que jamás debemos olvidar: la centralidad de Cristo para cada uno y para toda la Compañía. Jesús, el centro y la única referencia; de ahí se deriva que cada jesuita y el cuerpo de la Compañía debe estar siempre “descentrado,” nunca convertirnos en “autoreferenciales;” este descentramiento nos lleva a tener ante los ojos “a Dios siempre mayor” que nos saca continuamente fuera de nosotros mismos, nos lleva a una cierta kénosis, a salir del “propio amor, querer e interés.” (EE 189)
A la proposición serena, pero esencial a nuestra vocación, añade la sugerencia de un examen: una pregunta que no puede darse por descontada para nosotros, para todos nosotros: ¿es Cristo el centro de mi vida?, ¿pongo verdaderamente a Cristo en el centro de mi vida? No descarta que esta “centralidad” existencial en Cristo esté sometida a la tentación de ambicionar hacernos centro. “Y entonces el jesuita se equivoca.” Para Francisco está muy claro.
La misma idea vuelve unos meses después en la homilía de la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús (3 enero 2014). Nosotros jesuitas, dice, queremos ser galardonados con el nombre de Jesús y esto significa tener los mismos sentimientos de Cristo. Pero el corazón de Cristo es el corazón de un Dios, que por amor “se vació”. Cada uno de nosotros debe estar dispuesto a vaciarse de sí mismo. En esta ocasión usa el término “vaciarse” en lugar de “descentrarse,” con referencia al himno cristológico de la carta a los Filipenses. (Flp 2, 5-11) Llamados a ser de los “despojados”, comenta Francisco, hombres que no deben estar centrados en sí mismos porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia. Y reclama la atención sobre la consecuencia de alejarse de este “descentramiento”: “Si el Dios de las sorpresas no está en el centro, la Compañía se desorienta.”
¿Cuál es el camino para vivir esta doble centralidad? Se pregunta, y responde aludiendo a San Pablo y a Ignacio: dejarse conquistar por Cristo. El es el primero siempre. “Nos ‘primerea’.” Y comenta una idea muy querida para Bergoglio: “Cuando nosotros llegamos, El ha llegado y nos espera.” Y no puede por menos citar la meditación del Reino de la segunda semana de Ejercicios: Cristo nuestro Señor, Rey Eterno, llama a cada uno: “quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo…” (EE 95); ser conquistado por Cristo para ofrecer a este Rey toda nuestra persona y toda nuestra fatiga. (EE 96)
En la entrevista al P. Spadaro, publicada en todas las revistas de la Compañía en septiembre del 2013, se le pregunta cómo la Compañía puede servir a la Iglesia hoy, con qué rasgos peculiares, y cuáles son los riesgos que le pueden amenazar. La respuesta es larga y toca diversas cuestiones, pero las primeras palabras son claras: “El jesuita es un hombre descentrado. La Compañía en sí misma está descentrada: su centro es Cristo y su Iglesia. Por tanto, si la Compañía mantiene en el centro a Cristo y la Iglesia, tiene dos puntos de referencia en su equilibrio para vivir en la periferia. Pero si se mira demasiado a sí misma, si se pone a sí misma en el centro, sabiéndose una muy sólida y muy bien “armada” estructura, corre peligro de sentirse segura y suficiente.”
Sentirse “segura y suficiente,” dos peligros que amenazan a la Compañía y contradicen, según el Papa, nuestra identidad, el “ser” del jesuita; Francisco habla del jesuita y de toda la Compañía; estar “descentrados” no es solo una actitud propia de cada jesuita, sino del Cuerpo todo de la Compañía. Una seguridad y una suficiencia corporativa que ha amenazado con frecuencia la historia de la Compañía, contradice sus raíces más originarias y sus momentos más gloriosos por martiriales.
Francisco nos lleva a nuestras raíces más identitarias: los Ejercicios Espirituales. En ellos se nos enseña a pedir “más amarle y seguirle,” como expresión oracional de desear identificarse con Cristo pobre y humilde, que se formula en la meditación de Dos Banderas con el deseo de “ser recibido bajo la bandera de su Hijo y Señor.” (EE 147) El Espíritu nos lleva a esa “tercera manera de amor,” síntesis de la mística ignaciana en la identificación con Cristo: “por imitar y parecer más actualmente a Cristo Nto. Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, opprobios con Cristo lleno de ellos que honores y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo que por sabio y prudente de este mundo.” (EE 167)
Los ejercicios son una experiencia personal que “conforma” al jesuita con Aquel que le ha llamado a esta vocación, pero su dinámica de imitación y seguimiento de Cristo “configura” a todo el Cuerpo de la Compañía en las Constituciones, como “camino” para realizar el carisma ignaciano en la Iglesia. En ellas encontramos este deseo de que toda la Compañía esté “configurada,” con este Dios que se “vació,” se humilló, se encarnó “saliendo de sí,” tomando la condición humana hasta morir en cruz. Ignacio tiene la osadía espiritual de presentar al que quiere entrar en la Compañía, que su deseo deberá ser “pasar injurias, falsos testimonios, afrentas y ser tenido y estimado por loco por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo.” (Co 101)
Esta “configuración” de la Compañía con Cristo se revela en la experiencia de La Storta, interpretada desde el primer momento como una “gracia corporativa,” no simplemente como una gracia personal de Ignacio. Los elementos de la visión están centrados en la elección de Ignacio y sus compañeros, la Compañía, por el Padre, para ser puestos con el Hijo que carga con la cruz. Se nos concede la gracia de ser puestos debajo de la bandera de Cristo en pobreza y humildad. La CG 35 comenta a este propósito: “… así, Ignacio y sus compañeros son constituidos “compañeros de Jesús.” ”La raíz, pues, de su identidad hay que encontrarla en la experiencia de San Ignacio en La Storta.” (D. 2, 2)
La Compañía estará “segura” y se sentirá “suficiente” no mirándose a sí misma, sino cuando se viva “descentrada,” con el deseo de estar “centrada” en Cristo; con el deseo de conformarse con el Cristo pobre y humilde de los Ejercicios, con el Dios encarnado en Jesús de Nazaret, el mayor modelo de “descentramiento” de la historia. Esta es la identidad de la Compañía, que el Papa nos recuerda con tanta claridad e insistencia.
Y cuando Ignacio y sus compañeros, quisieron presentar a la Iglesia, para su aprobación, una síntesis de su identidad, en la Formula del Instituto, no dudaron en poner a Dios en el centro; la primera preocupación del jesuita debe ser “tener presente ante los ojos, mientras viva, primero a Dios”, curet primo Deum. Aquí nos trae el Papa Francisco casi con las mismas palabras. A la vez, se acentúa enérgicamente la cruz para definir esa identidad: “todo el que quiera militar para Dios bajo el estandarte de la cruz en nuestra Compañía…” que ha sido fundada para “servir solamente al Señor y a su Esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra.”[3]
Este es el mensaje del Papa. Si el jesuita y la misma Compañía se sitúan en el centro, se miran a sí mismos, el Papa no duda en decirnos que nos estamos equivocando, que nos desorientamos, que estamos corriendo el peligro de sentirnos “seguros” y “suficientes” en nosotros mismos; que estamos construyendo sobre arena, lejos de la roca de Cristo y su Iglesia. Así la Fórmula advierte de la necesidad de examen para desenmascarar los engaños: “ponderen despacio y a fondo si tienen tanto caudal de bienes espirituales que puedan dar cima a la construcción de esta torre.” Porque se trata de actitudes fundamentales, “virtudes sólidas y perfectas,” que exigen vivir en tensión entre el “descentramiento” de nuestro “yo” y el “centramiento” en Jesucristo y su Iglesia; si se mantiene, con la gracia del Señor, esta “tensión,” será posible el discernimiento, personal y apostólico, la discreta caritas, la disponibilidad, la fuerza del “magis” para un mayor y mejor servicio misionero, la vivencia de una amistad entre “compañeros de Jesús”, notas que nos identifican y garantizan “conservar y aumentar todo este cuerpo en su buen ser.” (Co 812)
El Papa Francisco ha recordado a la Compañía uno de sus momentos más gloriosos por su humillación e identificación con Cristo. En las Vísperas solemnes del 27 septiembre del 2014, en el bicentenario de la restauración de la Compañía, decía: “La Compañía –y esto es hermoso– vivió el conflicto hasta sus últimas consecuencias, sin reducirlo: vivió la humillación con Cristo humillado, obedeció. Y esto honró a la Compañía, no ciertamente el encomio de sus méritos. Así será siempre. Recordemos nuestra historia: a la Compañía se le ha concedido, ‘gracias a Cristo, no sólo el don de creer en El, sino también el de sufrir por Él’ (Flp 1,29). Nos hace bien recordar esto.”
Al servicio de la Iglesia
A esta centralidad de Cristo está unida la centralidad de la Iglesia; y Francisco lo expresa con una metáfora: “Son dos fuegos que no se pueden separar.” [4] No es posible estar centrado en Cristo sin estar centrado en la Iglesia. Y parte de una afirmación para todo cristiano: no se puede seguir a Cristo sino en la Iglesia y con la Iglesia, y la aplica en concreto a los jesuitas: “También en este caso nosotros, jesuitas, y toda la Compañía no estamos en el centro; estamos, por así decirlo “desplazados,” estamos al servicio de Cristo y de la Iglesia, la Esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica.”(EE 353)[5]
A esta afirmación tan ignaciana se refirió también en la carta que escribió al P. General el 16 de marzo de 2013, a los tres días de su elección; le agradece la plena disponibilidad “para seguir sirviendo incondicionalmente a la Iglesia y al Vicario de Cristo, según el precepto de San Ignacio.” Y unas líneas después ofrece su oración por todos los jesuitas para que “fieles al carisma recibido… puedan ser testimonio de una vida enteramente entregada al servicio de la Iglesia, Esposa de Cristo…”. Francisco hace “memoria” de nuestro “principio y principal fundamento.” No puede pasar desapercibido este primer mensaje de un Papa jesuita a la Compañía; no son meras expresiones formales, ni es una carta de pura cortesía. Nos recuerdan el núcleo más identitario de nuestra vocación. La carta es breve y casi toda ella dedicada a recordar nuestra especial relación con la Iglesia y el Romano Pontífice. No se hace referencia explícita al cuarto voto, solo se insinúa: “según el precepto de San Ignacio;” pero se repite la idea de servicio: “seguir sirviendo incondicionalmente a la Iglesia y al Vicario de Cristo… una vida enteramente entregada al servicio de la Iglesia Esposa de Cristo.”
En la homilía en la festividad de San Ignacio del 2013, insiste en que se trata de una única “centralidad” con dos dimensiones. Desde aquí puede afirmar con rotundidad: “Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia.” Por eso el jesuita será un hombre enraizado y fundado en la Iglesia: así nos quiere Jesús. Va de una a otra dimensión con naturalidad; servir a Cristo es amar a la Iglesia; seguir a Cristo sólo es posible en y con la Iglesia; enraizado en la Iglesia es el deseo del Señor. Y se ama y sirve a una Iglesia concreta e histórica; Ignacio inculca amar la Iglesia peregrina en este mundo, sometida a la tentación, formada por débiles y pecadores, necesitados de la misericordia del Padre. En la citada entrevista con el P. Spadaro, Francisco expone su imagen de Iglesia: “Es la de pueblo santo, fiel a Dios.” Sentir con la Iglesia, para el Papa Francisco, quiere decir estar en medio de ese pueblo. “Es la experiencia de la ‘santa madre Iglesia Jerárquica’ de la Iglesia, como pueblo de Dios, pastores y pueblo juntos. La Iglesia es la totalidad del pueblo de Dios.”
Plantea con claridad un principio de actuación del jesuita y la Compañía en la Iglesia: “No puede haber caminos paralelos o aislados.”[6] No valen, pues “atajos” construidos por nosotros mismos, donde sentirnos “seguros” y “suficientes;” ni miradas al mundo desde nuestro centro. Aquí se presentará la tentación, cuando intentemos decidir desde “nuestro propio centro” y no desde el “centro” de Cristo y de su Iglesia. Entonces perderemos la capacidad de discernir apostólicamente: saber cómo quieren Dios y la Iglesia servirse de la Compañía, como de examinar y decirnos en verdad cómo estamos, dónde tenemos puesta nuestra mirada, cuáles son nuestros horizontes.
La Compañía estará en tantos campos apostólicos, pero siempre en la Iglesia, “con esta pertenencia que nos da el valor para ir adelante.” Y el Papa se refiere a la investigación y a las periferias: “Sí, caminos de investigación, caminos creativos, sí; ir hacia las periferias, las muchas periferias. Para esto se requiere mucha creatividad, pero siempre en la Iglesia.” Nos anima a estar presente en dos horizontes importantes y actuales de misión: la investigación y las periferias en cualquiera de sus modalidades, y desarrollar en ellas mucha creatividad, pero siempre “en la Iglesia,” “evitando la enfermedad espiritual de la autorreferencialidad.” Y para dar fuerza a su afirmación respecto a la Compañía añade: “También la Iglesia, cuando se vuelve autorreferencial, se enferma, envejece.”[7]
Presenta otro modo de servir a la Iglesia: servir al Romano Pontífice, colaborar con su ministerio. En la celebración del bicentenario de la restauración de la Compañía, alude a las palabras del Papa Pío VII en la Bula de Restauración, donde pide a los jesuitas que sean “remeros expertos y valerosos” [8] y a continuación Francisco invita a los jesuitas: “Remad, sed fuertes, incluso con viento contrario. Rememos al servicio de la Iglesia. Rememos juntos.” Nos invita, pues, a remar con él, porque “también la barca de Pedro puede ser sacudida hoy.” Remad, aunque es “fatigoso remar.” El servicio que Francisco nos pide se concretiza en la Iglesia y ayudando al Romano Pontífice: “remando con él.”
Es una idea que se engarza con lo que tantos Papas han pedido a la Compañía, pero que tuvo un especial relieve en el discurso del Papa Emérito a la CG 35. El Papa Benedicto nos repitió que cuenta con la Compañía, que desea tenernos como sus leales colaboradores; y nos apremió a realizar el importante y difícil servicio de “haceros cargo lealmente del deber fundamental de la Iglesia de mantenerse fiel a su mandato de adherirse totalmente a la Palabra de Dios, así como de la misión del Magisterio de conservar la verdad y la unidad de la doctrina católica en su totalidad.”(nn. 2, 5)
Perfil del jesuita
En sus intervenciones, Francisco va trazado lo que podríamos llamar el “perfil” del jesuita. Su punto de partida es la síntesis de su identidad: el jesuita es un hombre “descentrado” de sí mismo y “centrado” en Jesucristo y en la Iglesia.
Un hombre pecador
Impresiona la respuesta que Francisco da al P. Spadaro cuando le pregunta ¿quién es Jorge Mario Bergoglio?: “Yo soy un pecador”. Y remacha la respuesta: “Y no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un pecador.” Y unas líneas después: “Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos” y repite: “Soy alguien que ha sido mirado por el Señor.” A los jesuitas nos viene a la memoria las palabras de la CG 32, cuando se pregunta también “¿Qué significa ser jesuita? Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús.” (D. 2, 1) El P. Bergoglio asistió a esta Congregación y sin duda estas palabras resuenan en su corazón; se está definiendo como un jesuita. En la homilía de la fiesta de San Ignacio del 2013, afronta la “vergüenza del jesuita.” Contemplando al Cristo crucificado, en la primera semana de ejercicios, nos embarga ese sentimiento tan humano y tan noble que es la vergüenza de no estar a la altura. “Y esto nos lleva siempre, individualmente y como Compañía, a la humildad, a vivir esta gran virtud… humildad que nos impulsa a ponernos por entero no a nuestro servicio o al de nuestras ideas, sino al servicio de Cristo y de la Iglesia, como vasijas de barro, frágiles, inadecuados, insuficientes, pero en las cuales hay un tesoro inmenso que llevamos y comunicamos.”
No habla de una “humildad” que se confunde o expresa en unos actos piadosos, se refiere a la humildad que nos identifica con Jesucristo pobre y humillado, con el Dios encarnado y muerto en la cruz, o cuando hay que vivir incomprensiones, o cuando se es objeto de equívocos y calumnias; pero es la actitud más fecunda. Y cita los ritos chinos, los ritos malabares, las reducciones del Paraguay, y las incomprensiones y problemas vividos aun en tiempo reciente.[9]
Esta humildad atraviesa toda la espiritualidad de la Compañía y tiene su expresión en esos dos términos aparentemente contradictorios que integran también su identidad: “magis” y “mínima.” Los dos son correlativos y sólo tienen sentido integrados. El “más” ignaciano es siempre deseo de respuesta: “más amarle y seguirle”, que lleva al jesuita, a desear más pobreza y humillaciones que riqueza y honores, por más imitar y seguir a Jesucristo. El “más” integra el “menos” y se realiza en el “disminuir”, que es la verdadera humildad. La Compañía es “mínima” en su identidad porque esta implica “ser puesta bajo… y para servir…”. Y el “magis” apostólico está compuesto de búsqueda, gratuidad y disponibilidad que nos llevan a “disminuir,” a no ser centros, a salir de nuestras seguridades y “poner en El solo nuestra esperanza.” (Co 812)
Un hombre de pensamiento abierto, de grandes deseos, siempre en búsqueda
En la citada entrevista al P. Spadaro, el Papa afirmará que el jesuita es un hombre de “pensamiento incompleto, de pensamiento abierto.” Y formula la razón: “El jesuita piensa, siempre y continuamente, con los ojos puestos en el horizonte hacia el que debe caminar, teniendo a Cristo en el centro. Esta es su verdadera fuerza.” Efectivamente, su “descentramiento,” dice, le hace estar en búsqueda, ser creativo, generoso.
Vuelve a esta idea en la homilía de la festividad del Santísimo Nombre de Jesús, 3 enero 2014. Hombres en búsqueda porque “piensan mirando al horizonte que es la gloria de Dios siempre mayor, que nos sorprende sin pausa. Y ésta es la inquietud de nuestro abismo. ¡Esta santa y bella inquietud!” En el discurso a la Gregoriana añade: “haciéndose cargo del presente y mirando al futuro con creatividad e imaginación, tratando de tener una visión global de la situación y de los desafíos actuales y un modo compartido de afrontarlos, encontrando caminos nuevos sin miedo.”[10] Francisco tiene muy presente aquello que más caracteriza a San Ignacio y a su espiritualidad: la búsqueda de la voluntad de Dios, tan plásticamente expresada en la Autobiografía al definirse como el peregrino. La inquietud del corazón, porque Dios es sorpresa, que se pregunta: qué quiere Dios de mí. Aquí encuentra sentido, el fin último del proceso espiritual de los ejercicios, el fruto de la larga formación del jesuita para aprender a buscar y hallar a Dios en todas las cosas, encontrar su voluntad, el objetivo de esa herramienta tan ignaciana del discernimiento.
El Papa nos está llevando a “donde los primeros llegaron” para reavivar el don y con la gracia, llegar “más adelante en el Señor nuestro.”(Co 81) Y al Proemio de las Constituciones que nos invita a regirnos más que por las Reglas y las observancias externas “por la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones.” (Co 134) Y una vez más el Papa nos pone delante el examinar, para no engañarnos: “Si nuestro corazón ha conservado la inquietud de la búsqueda o si, en cambio, se ha atrofiado; si nuestro corazón está siempre en tensión: un corazón que no se acomoda, no se cierra en sí mismo, sino que late al ritmo de un camino que se realiza junto a todo el pueblo fiel de Dios.” No se trata de una inquietud solo espiritual, sino “una inquietud también apostólica… Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica. Sin inquietud somos estériles.” Y de nuevo advierte: “Que nuestra mirada bien fija en Cristo, sea profética y dinámica hacia el futuro: de este modo permaneceréis siempre jóvenes y audaces en la lectura de los acontecimientos.”[11]
Y presenta a Fabro con este rasgo: espíritu inquieto, indeciso, jamás satisfecho, que aprende, con la guía de Ignacio, a unir su sensibilidad inquieta pero dulce, con la capacidad de tomar decisiones. Hombre de grandes deseos, de grandes aspiraciones. En los deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Y añade el aspecto apostólico de estos deseos: “Una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo.” Alude el Papa a las Constituciones: “Se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios Nto. Señor.” (Co 638) Efectivamente, Ignacio, exhorta con mucha frecuencia en los Ejercicios, en su epistolario y en las Constituciones[12] a que se fomenten “los buenos y grandes deseos,” y que se concentren en Jesucristo. Lo había experimentado en sí mismo en su proceso espiritual y lo vemos expresado en el Diario y en la Autobiografía.
Francisco nos pregunta mirando a Fabro: “¿También nosotros tenemos grandes visiones e impulsos? ¿También nosotros somos audaces? ¿Vuela alto nuestro sueño? ¿Nos devora el celo? ¿O, en cambio, somos mediocres y nos conformamos con nuestras programaciones de laboratorio?”[13]. Alude en esta misma homilía a la Iglesia como referencia para la Compañía: “Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no está en ella misma y en su capacidad de organización, sino que se oculta en las aguas profundas de Dios. Y estas aguas agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón.”
Hombres de fronteras
En la audiencia a La Civiltà Cattolica, nos define ya como hombres de fronteras: “Vuestro lugar propio son las fronteras. Este es el sitio de los jesuitas. … Por favor, sed hombres de fronteras, con esa capacidad que viene de Dios.” No falta nunca en el Papa esa alusión al centro de la identidad del jesuita, de donde solo pueden brotar estas notas de su “perfil.” Pero además, matiza cómo ir a las fronteras: “No caigáis en la tentación de domesticar las fronteras: se debe ir hacia las fronteras y no llevar las fronteras a casa para barnizarlas un poco y domesticarlas.” Y de nuevo la misión del jesuita como servicio a la Iglesia: “Se trata de sostener la acción de la Iglesia en todos los campos de su misión.”
Y en la entrevista al P. Spadaro, clarifica un poco más su pensamiento sobre las fronteras. “…me refiero a la necesidad que tiene el hombre de cultura de estar inserto en el contexto que actúa y sobre el que reflexiona.” Evidentemente se está refiriendo al trabajo de los pensadores y escritores. Pero amplia su pensamiento y afirma: “Nos acecha siempre el peligro de vivir en laboratorio… me dan miedo los laboratorios porque en el laboratorio se toman los problemas y se los lleva uno a su casa fuera de su contexto, para domesticarlos, para darles un barniz. No hay que llevarse la frontera a casa, sino vivir en frontera y ser audaces.” La fe es siempre una fe inculturada, una fe camino, una fe historia; Dios se ha encarnado revelándose en una historia concreta. Alude aquí al Padre Arrupe y su carta a los CIAS (Centros de Investigación y Acción Social) calificándola como “genial,” en la que dice claramente que no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta. [14]
En la celebración del bicentenario de la restauración de la Compañía resume el trabajo de la Compañía en las fronteras de nuestro tiempo: refugiados y prófugos, integración del servicio de la fe y la promoción de la justicia,[15] y recuerda, haciéndolas suyas, las palabras de Pablo VI a la CG 32, (1974/75) que él mismo escuchó: “Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y en vanguardia, en las encrucijadas de las ideologías, en las trincheras sociales, donde ha habido y hay enfrentamientos entre las exigencias estimulantes del hombre y el mensaje perenne del Evangelio, allí han estado y están los jesuitas.” Y Francisco añade: “Son palabras proféticas del futuro Beato Pablo VI.” Efectivamente, también el Papa Benedicto recogió estas exigentes y animadoras palabras del Papa Montini, en su discurso a la CG 35. (n. 2) Tres Papas han enviado el mismo mensaje a la Compañía. Palabras de confianza y estímulo, pero también de fuerte exigencia porque implican responder a ellas como lo pide el sentido eclesial de nuestra vocación.
Hombres de diálogo
En el discurso a “La Civiltà Cattolica,” recorre su historia de defensa y fidelidad a la Iglesia y les recomienda que su “tarea principal no es construir muros, sino puentes; es la de establecer un diálogo con todos los hombres, también con quienes no comparten la fe cristiana… y hasta aquellos que se oponen a la Iglesia y la persiguen de varias manera (GS 92).” Es necesario bajar las defensas y abrir las puertas para dialogar. Y les anima a seguir dialogando con las instituciones culturales, sociales, políticas para trabajar por el bien común. La figura de su modelo de jesuita vuelve a hacerse presente; cuando el Papa lee estas palabras de Fabro: “Quien quisiere aprovechar a los herejes de este tiempo ha de tener mucha caridad con ellos y amarlos in veritate” comunicando “con ellos familiarmente,”[16] no puede extrañar que le impresione y comente: “Dialoga con todos, aún con los más lejanos y con los adversarios.”[17]
Un hombre de discernimiento
Lo reseñado parece estar pidiendo que el jesuita sea un hombre con el don del discernimiento, que “intenta reconocer la presencia del Espíritu de Dios en la realidad humana y cultural, la semilla ya plantada de su presencia en los acontecimientos, en las sensibilidades, en los deseos, en las tensiones profundas de los corazones y de los contextos sociales, culturales y espirituales.” Así define el Papa Francisco el discernimiento espiritual, “ese tesoro de los jesuitas.”[18] Y comenta que le impresionaron las observaciones de Rahner cuando decía que “el jesuita es un especialista en el discernimiento en el campo de Dios y también en el campo del diablo”. No hay que tener miedo, dice el Papa, de proseguir en el discernimiento para hallar la verdad.
Cuando el P. Spadaro le pregunta: ¿qué aspecto de la espiritualidad ignaciana le ayuda más a vivir su ministerio? Francisco responde: el discernimiento, una de las cosas que Ignacio ha elaborado más interiormente. “Para él, es un instrumento para conocer mejor al Señor y seguirle más de cerca,” que requiere tiempo; “soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento.” Pero añade que a veces el discernimiento empuja a hacer ya lo que habíamos pensado dejar para más adelante. Por otra parte, nos libra de la necesaria ambigüedad de la vida y hace que encontremos los medios, que no siempre se identificarán con lo que parece grande o fuerte.
En la celebración del bicentenario de la restauración, hace observaciones muy precisas sobre el discernimiento: “En un tiempo de confusión y desconcierto… en la confusión y en la humillación, la Compañía prefirió vivir el discernimiento de la voluntad de Dios, sin buscar un modo de salir del conflicto en una condición aparentemente tranquila. O al menos elegante. No lo hizo.”
En otras alocuciones expone, como de pasada, las condiciones para que haya de veras discernimiento espiritual. Por ejemplo, alude a la recta intención, a una mirada sencilla, que se realiza siempre en la presencia del Señor, sin perder de vista los signos, escuchando lo que sucede, el sentir de la gente, sobre todo de los pobres. [19] A propósito de la supresión de la Compañía, refiere que el P. Ricci habló de los pecados de los jesuitas. Porque el discernimiento no busca la “componenda” fácil, salva del verdadero desarraigo, de la verdadera “supresión” del corazón, que es el egoísmo, la mundanidad, la perdida de nuestro horizonte, de nuestra esperanza, que es Jesús, que es solo Jesús, al buscar lo que Dios quiere.
Conclusión
La conclusión podría ser una reflexión breve sobre el cómo nos ha dicho lo que nos ha dicho en ese “discurso previo.” En la entrevista al P. Spadaro, Francisco dice que “de la Compañía se puede hablar solamente en forma narrativa.” Y añade “solo en la narración se puede hacer discernimiento.” Efectivamente, nos ha “narrado” la identidad de la Compañía con claridad e insistencia: centrada en Cristo y en la Iglesia: “combatir por Dios bajo el estandarte de la cruz y servir sólo al Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo el Romano Pontífice”. Nos lo ha “narrado” para que nosotros, haciendo “memoria,” nos situemos en actitud de discernimiento: y agradeciendo tanto bien recibido, examinemos si estamos en ese “centro” y “descentrados” deseamos vivir bajo la bandera de Jesús; sólo así podremos conocer cómo y en qué quiere servirse el Señor y su Iglesia de esta su “mínima” Compañía.
En su lenguaje narrativo no se pierde en lo accesorio. Nos lleva, como en una serena conversación con sus hermanos jesuitas, a los orígenes, a donde se formula el don del Espíritu a la Iglesia a través de ellos; y muy ignacianamente se pregunta, como jesuita que se reconoce, y nos pregunta por nuestra vida y misión en referencia a ese núcleo de la identidad.
A ejemplo de Fabro, nos ha hablado con dulzura, con fraternidad, con amor, en verdad, como “un hermano mayor” y como él, nos ha invitado a experimentar el deseo de “dejar que Cristo ocupe el centro del corazón,” (Memorial 68) porque “solo si se está centrado en Dios es posible ir hacia las periferias del mundo.”[20]
Elías Royón, sj
[1] Vísperas y Te Deum en el bicentenario de la restauración de la Compañía, 27 septiembre 2014.
[2] Homilía en la fiesta de San Ignacio, 31 julio 2013.
[3] Fórmulas del Instituto 1539, 1540, 1550. FI, MCo I, 373-383.
[4] Homilía en la Fiesta de San Ignacio, 31 julio 2013.
[5] Ibídem.
[6] Homilía en la fiesta de San Ignacio, 31 julio 2013.
[7] Discurso a la Civiltà Cattolica, 14 junio 2013.
[8] Pio VII, Sollicitudo omnium ecclesiarum.
[9] Entrevista al P. Spadaro, septiembre 2013.
[10] Discurso a la Gregoriana y a los miembros del PIB y PIO, 10 abril 2014.
[11] Discurso a La Civiltà Cattolica, 14 junio 2013.
[12] Tenemos un ejemplo muy significativo en Co 101 (Examen)
[13] Homilía en la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, 3 enero 2014.
[14] Carta del P. Arrupe de fecha 12 diciembre 1966.
[15] Además de los citados en el texto, ha pronunciado discursos a grupos de jesuitas y laicos que trabajan en diversos campos apostólicos: Congreso Latinoaméricano de ex alumnos, (Noviembre 2015) Exalumnos de Uruguay, (Octubre 2013) Observatorio Vaticano, (Junio 2014, Septiembre 2015) Centro Astalli, (Septiembre 2013) Jesuit Refugee Service, (Noviembre 2015) Movimiento Eucarístico Juvenil. (agosto 2015)
[16] Monumenta Fabri 399-402.
[17] Entrevista al P. Spadaro, septiembre 2013.
[18] Discurso a la La Civiltà Cattolica, 14 junio 2013.
[19] Entrevista al P. Spadaro, septiembre 2013.
[20] Homilía en la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, 3 enero 2014.