Los primeros europeos que pisaron Bután fueron dos jesuitas portugueses en 1627 camino del Tibet. Sólo varios siglos después, en 1963, un jesuita canadiense de la provincia de Darjeeling fue llamado a cooperar con el naciente sistema educativo de Bután. Los jesuitas fundaron dos escuelas y la primera secundaria en Bután. En 1986 todos los misioneros fueron invitados a dejar el país y solamente el P. William Mackay permaneció hasta su muerte, en 1995, pues le habían concedido la ciudadanía. Los jesuitas aceptaron la política de no convertir a nadie, sólo a desarrollar la educación. El P. Mackay es considerado el padre de la educación moderna en Bután. Hoy, no hay ninguna escuela de la Iglesia en Bután pero los butaneses educados por los jesuitas han desarrollado su propio sistema. ¡Misión bien cumplida!
No tuve contacto con los jesuitas de Bután puesto que estuve estudiando en Darjeeling, India. Mi primer contacto con algún cristiano fue a través de las tarjetas de navidad. Cuando era niño me extasiaba con el Niño en el pesebre. Más tarde, cuando fuí a Darjeeling para mis estudios, vi por primera vez un crucifijo en un convento. Las monjas me ayudaron a conectar al infante con el hombre en la cruz. Descubrí que había resucitado de entre los muertos y aún continúo descubriendo cosas de él.
Tempranamente comprendí que este descubrimiento no iba a ser un lecho de rosas. Aún estoy entrenándome en lo que significan las palabras de Jesús a Nicodemo que era necesario nacer de nuevo. Lo he sentido y lo vivo a cada día. Ser un cristiano en una sociedad cerrada y budista es descender en la escala social, ¡es hacerse un paria! Aprendí tempranamente lo que significa “agere contra” en el noviciado. Baste con citar por el momento a San Pablo: «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo» Fil 3:8).
Admiré a muchos misioneros en la India y quería ser como ellos desde que soy católico. Sin embargo mi vida en la universidad y la carrera por delante me distrajeron. Bután estaba llena de oportunidades para mí en aquellos tiempos y siendo el primer máster en administración de negocios de Bután, egresado del prestigioso Instituto Indio de Administración de Bangalore, pedí al Señor más tiempo. Cuando supliqué un signo de confirmación nunca pensé que me respondería tan rápida y claramente. En un viaje a Calcuta me tocó el asiento al lado de la nueva Santa Teresa de Calcuta. Ella me dijo lo que necesitaba oír. Lloré a lo largo del viaje a Calcuta y en mi cuarto de hotel decidí entrar en la Compañía de Jesús. Pocos meses después, en 1986, lo hice, dejando atrás lágrimas, padres confundidos, amigos que me creían loco y jesuitas que eran escépticos.
Treinta años han pasado desde que entré a la Compañía. Hoy Bután ha cambiado bastante y ahora se conoce no solamente como tierra del “dragón del trueno pacífico”, sino del Producto Interno de Felicidad, el único país sin carbono en el mundo. Un pequeño país con solo un millón de habitantes entre India y China; los butaneses creen que se debe a la protección de las deidades guardianes locales que no hemos sido tragados por los dos gigantes. Tenemos agraciados Rey y Reina; el padre del Rey dio a Bután democracia y una constitución. Tenemos pues libertad de conciencia aunque el país es oficialmente budista. Bután desea preservar sus tradiciones y cultura. La educación básica y la salud son gratuitas para todos.
- Como butanés estoy orgulloso de mi país y mi pueblo que nunca fueron sometidos por ningún poder colonial. Como butanés quisiera trabajar por el entendimiento de que un buen cristiano puede ser un leal butanés. Un buen butanés no puede identificarse con ser budista. Como ciudadano me preocupa mi país que ha sido afectado también por la globalización y el excesivo consumismo; los jóvenes se desorientan y poco a poco el materialismo se hace un nuevo dios. Desearía que mi país pudiera sopesar la estrechez tradicional y cultural igual que el desarrollo del modernismo acrítico, inadecuado para nosotros.
- Como jesuita puedo tocar el corazón del diálogo entre budistas y cristianos. Puedo ser un mejor practicante budista a causa de ser cristiano y puedo ser un buen cristiano por mi pasado budista. No creo que sea el único, pero me gusta el “proceso”, un término querido por el Papa Francisco. Hay varios paralelos que pueden hacerse entre el budismo y la espiritualidad ignaciana.
- Como sacerdote católico puedo apoyarme en la experiencia universal de la Iglesia durante 2000 años. La he llegado a amar como madre. Precisamente como a mi madre la amo por lo que significa para mí y ahora como adulto soy consciente de que no es perfecta. Bajo el Papa Francisco, comprendo que ser sacerdote católico es ser servidor de la alegría del evangelio, oler a oveja, alcanzar las fronteras para amar y servir a donde otros no desean ir. También es preservar la memoria del Dios amoroso y vivo expresada en Jesús y entregada a nosotros en la Eucaristía.
Hoy, me siento más a gusto con estas tres identidades. Este tríptico de ser butanés con bagaje budista, sacerdote católico que no fue educado como católico y jesuita. Considero todo esto como un regalo de Dios al ser lo que soy. Hoy siento que sobre mis vestimentas budistas butanesas me he puesto la librea de Cristo, no he rechazado la anterior. Específicamente soy un sacerdote católico llamado a administrar los sacramentos y también llamado al servicio de la verdad que hará libres a todos los pueblos. Soy un jesuita y por tanto desafiado, a pesar de mis limitaciones, a ser un hombre para los marginados, un servidor de la alegría del evangelio, alguien que debe ser audaz.