De la visita del Papa Francisco a la Congregación General nos ha resaltado que fue absolutamente respetuoso de la Compañía de Jesús y de las decisiones que eventualmente vayamos tomando de manera legítima. Esto se dejó ver tanto en el momento de su alocución formal a los congregados como después en la sesión de preguntas y respuestas. Luego de escucharlo atentamente, le pedimos entre otras cosas que nos diera algunas prioridades apostólicas para incorporar en nuestros planes y documentos. Él se limitó a insistir en una recomendación que ya nos había hecho en distintas ocasiones anteriores: discernir y enseñar a otros a discernir. Eso sí, nos dio tres criterios para ese discernimiento, mismos que recogió de la Fórmula de nuestro Instituto, a saber: a) la vida en consolación, b) la experiencia de la cruz -la compasión con los crucificados de la historia-, y c) la búsqueda del bien para el mundo, en Iglesia. El discernimiento al que somos llamados no es, pues, un fin en sí mismo, ni mucho menos un método de gestó administrativa. Es, en cambio, un medio para buscar y hallar la voluntad de Dios y fijar, entonces, esas prioridades o preferencias que estamos necesitando.
Además de esta actitud de discernimiento constante, el Santo Padre nos pidió ser audaces, con una osadía profética, en al menos dos terrenos: el campo de lo político y en lo moral. En el primer terreno, la preocupación central del Potífice es la búsqueda de la paz en un momento en el que las distintas sociedades y el mundo se encuentran polarizados. La construcción de la paz, para el Papa, es una tarea indiscutible de los jesuitas en el mundo de hoy, “además de ser una Bienaventuranza” -dijo. En el área de la moral nos pidió hacer aportaciones que se alejen de posturas legalistas y conservadoras con las que se suele abordar las problemáticas contemporáneas en algunos sectores de la Iglesia. Así lo dijo con todas sus letras. Para el Papa la verdad de lo real no está hecha y escrita en los libros de una vez por todas, sino que se va haciendo conforme la humanidad y sus miembros van creciendo. Por eso -nos dijo- la hermenéutica que él utiliza es distinta de la del colonialismo conquistador.
A este propósito, aseguró que nadie se salva solo. Que buscar la perfección y la salvación personal sólo puede llevar a lo que Jesús denunció siempre como pecado: a la enorme hipocresía de los fariseos.
Nos pidió, además, que comprendiéramos la actividad de la Compañía de Jesús como la de quien desata procesos, más que la de aquel que ocupa espacios. Los monjes ocupan espacios; los jesuitas, como caballería ligera, los abren para luego dejarlos a otros. Desatar procesos que construyan un mundo y una vida mejor; una realidad más justa, fraterna e igualitaria; una Iglesia más pobre y cercana a la gente… Esto es lo que el Papa nos encarga y es lo que, con gusto, queremos hacer propio, como si de un mandato divino se tratara.