Esta palabra griega significa un tiempo de gracia, de oportunidad. Y así ve esta Congregación General el tiempo presente del mundo: como un compás en el que la mano de Dios asoma para conducirnos a nuevos rumbos, según sus designios. Por eso, en el aborde que hacemos ahora sobre la vida y misión de los jesuitas, queremos estar atentos a los signos de los tiempos, como manifestación de la acción de Dios en la historia.
La característica principal de los tiempos que corren no es sólo el que la realidad cambie frecuentemente, sino que hasta el modo de cambiar ha cambiado: la velocidad que ha adquirido el cambio, sus características diferenciadas en las distintas geografías, los ritmos múltiples según los niveles de lo real: todo ello nos habla de que existe una novedad epocal que va ligada con la nueva cultura de la interconexión cibernética en la que circulan enormes volúmenes de información a velocidades nunca antes vistas. La movilidad humana masiva, la inequidad social y económica, la exclusión de las cuatro quintas partes de la humanidad, la crisis financiera mundial, la enorme polarización y violencia en nuestros pueblos, la emergencia política del fundamentalismo, entre muchos otros rasgos, nos hablan de esa novedad que no existía hace diez años apenas, cuando tuvo lugar la CG35. Esto, por ejemplo, ha llevado al Papa Francisco a afirmar en varias ocasiones que vivimos una nueva guerra mundial, pero “en episodios”.
Pero quizá lo más importante de lo que nos hemos dado cuenta en estos últimos años, con una nueva clarividencia, es el hecho de que el desafío mayor ante el que nos encontramos el es “sistema-mundo” en su totalidad: el modo en que nos organizamos, convivimos, producimos, nos relacionamos con la naturaleza. La globalización actual, en la que sólo circulan las mercancías y capitales, y no las personas ni sus derechos, centrada en la maximización de la ganancia como valor supremo y con una concepción de relación con la naturaleza de carácter meramente utilitaria y extractiva, “medios-fines”; este sistema, pues, ha colapsado y ha entrado en fase terminal, por lo que requerimos pensar y construir un nuevo mundo en el que quepan muchos mundos, e igualmente, generar una nueva consciencia hecha de discernimiento y solidaridad entre los individuos y los pueblos.
La lógica hegemónica de este sistema mundial ha producido pobreza, desigualdad, desarrollo asimétrico (tanto global como nacional), migraciones masivas, destrucción de los pueblos originarios, depredación del medio ambiente, superconcentración de poder, emergencia de violencias étnicas, delincuenciales, de clase y geopolíticas… Se trata, pues, de un sistema de muerte. En palabras del Papa, de una “economía que mata”.
Por ello, tal vez la tarea principal de nuestra Congregación General en el tema que ahora discutimos, el de “vida y misión”, sea dar a la Compañía y a los cristianos motivos para creer y esperar, pistas concretas de acción futura que afiancen los valores del evangelio y pongan en el centro del modelo socioeconómico al ser humano. También, quizá, ver de qué manera congruente podemos vivir como religiosos en un tiempo que nos reclama hospitalidad, sencillez y responsabilidad con la naturaleza.